
“Con todo respeto. Yo me llamo Eberson Juver Quispe Apaza (16 años) y radico actualmente en Cusco en la provencia de Canchis, distrito de Checacupe, comunidad Palccoyo.
Yo trabajaba en Lima, destreto de Ate Vetarte y estuve trabajando en Pirotecnico o juegos artificiales y un día me queme el 27 de setiembre 2007 con planco de cataratas que gotea como lluvia y con eso planco estaba tacando y tacando y se me ha prendido todo mi cuerpo y corrí a un pozo de agua. El dueño me llevo en su taxi a su casa de su hija y estuve una hora en la ducha y se me pelaban las pieles de todo mi cuerpo y que ardían como si estuviera quemandome de nuevo y me llevaron a un hospital cercano y no me resibieron. [Posteriormente fue internado en el ex Hospital del Niño].
(…)
Y yo necesito de sus ayudas.
Yo tengo el 78% de de quemadura y tambien 8 operaciones.
Necesito cirugía plastica para todo mi cuerpo”.
¿Cómo es posible que un niño peruano trabaje a miles de quilómetros de su lugar de proveniencia, lejos de sus padres, en labores altamente peligrosas, bajo condiciones absolutamente precarias, sin la menor protección y en total abandono por parte del Estado? ¿Acaso no tenemos un código de niños y adolescentes que lo protege? ¿tampoco un renovado artículo 153-A del Código Penal que sanciona duramente la trata de personas que conllevan lesiones graves para la víctima? ¿Acaso no contamos con un Estado que debería hacer cumplir estas y otras normas para proteger a sus ciudadanos y especialmente a personas en condiciones de vulnerabilidad?
Eberson, natural de Palcoyo, nació el 20 de diciembre de 1991, en medio de una familia pobre de gente dedicada al campo en las provincias altas del Cusco. A sus 15 años salió del hogar, motivado por un lugareño, teniendo como destino final Lima. Sin documentos ni nadie a quien le interese, trabajó en una fábrica de pirotécnicos en el distrito de Ate Vitarte, la misma que se constituyó en escenario del momento más trágico de su vida.
El 27 de septiembre del año pasado, en Lima, mientras laboraba en la construcción de un artefacto pirotécnico, éste estalló repentinamente y encendió casi todo su cuerpo. Ante la desgracia, el responsable de la fábrica lo atendió ligeramente y le encargó a una señora (probablemente su hija ―ello lo determinará el juez penal―) llevarlo a un hospital para desentenderse de él.
El terrible resultado: 3⁄4 partes de su cuerpo con quemaduras graves de 2do y 3er grado. El ex Hospital del Niño en Lima se encargó de su tratamiento inicial. Atendió la emergencia y le realizó varias operaciones durante meses para la rehabilitación de su cuerpo. Sin embargo, esta historia no ha terminado. Eberson requiere de muchas operaciones más, terapia de rehabilitación, cremas, medicamentos, etc. Pero sobre todo el caso de Eberson requiere justicia, es decir una atención cabal por parte del Estado.
No es posible que la justicia penal deje sin sanción este caso que parece configurar el tipo penado de trata agravada, de modo tal que los responsables caminen libremente, mientras otros tantos tratantes confíen en que sus delitos quedarán impunes. No es concebible que el Estado renuncie a su deber de protección al menor, mas aún cuando éste forma parte de varios colectivos especialmente vulnerables. No puede ser que el Estado desampare a un niño en su necesidad apremiante de salud física y mental. ¿Acaso no es deber del Estado proteger a sus ciudadanos? ¿Acaso si el Estado hubiera cumplido con su labor, estaríamos ahora lamentando las quemaduras de Eberson?
En aquellas cicatrices queloides que recubren su cuerpo en crecimiento, en las mallas blancas que lo protegen y hacen la labor que haría su piel, en suma en sus heridas físicas y emocionales se encarnan características que lo hacen ciudadano de 3era o 4ta clase e integrante de aquellos colectivos multitudinarios que carecen de derechos, porque lamentablemente la justicia, la salud y tantas otros servicios básicos no son iguales para los sectores excluidos en este país quebrado. Y porque en Sicuani y muchas otras partes del Perú, como lo dice un buen amigo, los derechos no se tienen porque las normas así lo digan, sino que deben ganarse diariamente en una triste y sacrificada lucha por gozar de lo que por mandato superior nos pertenece.
Mayor información sobre el caso de Eberson Quispe Apaza puede encontrarse en: http://www.ayudemosaeberson.es.tl/

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